
por Mariano Kestelboim
Desde ya, se trata de un esquema frágil dado que, además de ser insustentable por el deterioro de la capacidad productiva y el crónico endeudamiento que implica, es extremadamente dependiente de los cambios en el escenario global y, como un tanque de oxígeno, los operadores del sector financiero saben que el crédito del FMI se va agotando y no hay otras formas de financiamiento.
Es el atractivo de las muy elevadas tasas de interés uno de los factores principales que bloquea transitoriamente la salida masiva de los capitales más especulativos. También hay consenso de que, en este periodo preelectoral, el gobierno limitará la suba del precio del dólar a toda costa y, mientras tanto, existe la posibilidad de acceder a suculentos retornos financieros, imposibles de conseguir en otras economías.
Las diferencias más importantes del escenario actual respecto a la estampida cambiaria del segundo cuatrimestre de 2018 que reducen la probabilidad de una nueva suba inminente del dólar es que el tipo de cambio ya tuvo un recorrido reciente de incremento formidable, las tasas ya están en niveles muy elevados, los salarios deprimidos, las reservas son mayores y no acaba de cerrarse una elección a nivel nacional que pueda aprovechar el gobierno de Macri para provocar un nuevo ajuste.
No obstante, por supuesto, el proceso inflacionario va carcomiendo la ganancia de competitividad cambiaria y la cercanía a las elecciones genera mayor incertidumbre, pero apostando a activos en pesos han quedado mayoritariamente los grupos financieros más especulativos que poseen un mayor acceso a información clave para entrar y salir rápidamente del mercado con menor costo y mayor capacidad de lobby.
Así logran capitalizar ganancias extraordinarias con un gobierno que tiene explícitamente, como únicos objetivos macroeconómicos, que el dólar y la inflación no vuelvan a dispararse. Lo dramático es que este esquema es como una olla a presión.
Mientras más tiempo el modelo dure, el Estado deberá pagar mayores premios en términos de intereses para seguir seduciendo a esos capitales, aunque la bomba puede detonar por algún fenómeno que a nivel internacional genere más riesgo a las apuestas en países emergentes o porque se adelante, por cambios en el escenario político, la expectativa de un cambio de modelo.
Esto último indefectiblemente deberá acontecer gane quien gane las elecciones, debido a la incapacidad de la economía, bajo el actual esquema, de generar genuinamente divisas a través de mayores exportaciones o de tomar más deuda.
Tampoco, en el actual contexto, la alternativa de ingresos de capitales por inversiones extranjeras directas es factible por la muy alta inestabilidad de la economía y su gran dependencia externa que genera una alta presión devaluatoria, más allá de que circunstancialmente el gobierno pueda evitarla.
Efectivamente, el combo de políticas de austeridad y seducción de los capitales financieros, ni siquiera con el multimillonario aporte del FMI, puede frenar la cada vez más fuerte tendencia de aumento del Riesgo País que esta semana volvió a superar los 1000 puntos y, por lo tanto, impide el acceso a los mercados voluntarios de crédito internacional y, a la vez, golpea en especial a los sectores más vulnerables, generando mayor exclusión y desigualdad.
En ciernes de las elecciones se agrega otra contracción al modelo. El gobierno, bajo su plan de “un poco de alivio”, intenta que el consumo reaccione pero con medidas insuficientes, como los créditos al consumo, controles aislados y poco eficientes de precios, el anticipo del aumento anual de la AUH, la postergación de aumentos de servicios públicos y los aumentos salariales que se concentran en los meses preelectorales.
Sin embargo, su impacto queda opacado por su necesidad de evitar un nuevo colapso en el mercado cambiario, sosteniendo tasas e impuestos que ahogan cualquier posibilidad de reactivación sustancial y no dinamiza inversiones productivas que puedan generar una esperanza real.