
Junto a Fendrich se encontraban sus dos hijos varones, quienes habían arribado ayer a ese país. Su estado, según los primeros informes de familiares, era “irreversible”. Fendrich se encontraba en aquella isla del Caribe en viaje de placer acompañado por un amigo.
Una historia de película
El caso también inspiró una película (“Tesoro mío”, con guión de Daniel Guebel), dos emisiones de los unitarios televisivos “Sin condena” (Canal 9) y “Botines” (Canal 13).
El 23 de septiembre de 1994, Fendrich saludó a su esposa (por entonces compartían una vivienda en el Barrio Sur) y le dijo que después del trabajo se iba a pescar con sus amigos, en el Fiat Duna Weekend rojo, que nunca apareció. Pero el plan era otro. Sin
que nadie lo viera, robó una fortuna del banco y se convirtió en el prófugo más buscado del país.
Antes de escapar, no pudo con su prolijidad de bancario y le dejó una nota a su superior, Juan José Sagardía: “Gallego, me llevé tres millones de pesos del tesoro y 187 mil dólares de la caja”.
El lunes 26 de septiembre, Sagardía, que volvía de una licencia
porque había participado en un congreso, no pudo abrir el tesoro. Días después se logró el objetivo y allí apareció la evidencia del robo.
El 9 de enero de 1995, Fendrich se entregó a la Justicia. Los misterios del botín y la versión que dio de los hechos (que lo habían obligado a robar porque corría riesgo su familia) siguen siendo permaneciendo en una nebulosa. Muchos especularon que el
dinero fue depositado en Paraguay.
El 12 de noviembre de 1996, el Tribunal Oral Federal de Santa Fe lo condenó a ocho años, dos meses y 15 días de prisión por el delito de peculado. Además lo inhabilitaba de por vida para ejercer cargos públicos. Para Fendrich, ese castigo era un alivio. Un amigo suyo, Rogelio Picazo, fue absuelto: estaba acusado de ser uno de los ideólogos del robo.
La Justicia estuvo a punto de desenterrar las tumbas del cementerio privado administrado por Picazo, “Parque de la eternidad”, porque sospechaba que el botín estaba enterrado ahí.
En la cárcel de Las Flores, en Santa Fe, el ex empleado bancario tuvo una conducta excelente. Ni en prisión logró salir de la rutina de oficinista: le encomendaron tareas administrativas en un aula del penal.
Después de cuatro años, nueve meses y 20 días de encierro, salió en libertad condicional. La Justicia le puso varias condiciones que debía cumplir durante poco más de dos años: vivir con su familia, trabajar y no tomar alcohol. Pero hubo un requisito insólito: si aparecía La Plata robada, Fendrich debía llamar a los investigadores para devolverla. Pero como se sabe, La Plata nunca apareció. Lo único que recuperó la Justicia son los 72.000 pesos que pagó el condenado por una multa que le impusieron.
Tras recuperar su libertad comenzó a trabajar en un local destinado a la colocación de techos de yeso. Después trabajó en una agencia de loterías y quinielas, en el macrocentro de la ciudad. Ese fue su última labor conocida.