
A sus 19 años, el joven albañil de San Agustín, Córdoba, batalló hasta que las balas británicas atravesaron su cuerpo. Estaba bordeando el monte junto a su compañero Eduardo Ávila-como segunda línea de reserva del Regimiento de Infantería 25- cuando una patrulla de reconocimiento los alertó: “¡Los ingleses están muy cerca, prepárense para una emboscada!”.
Había que replegarse. El ataque británico era brutal. El coronel Jones, al mando de los paracaidistas, exigió la rendición. El subteniente Juan José Gómez Centurión gritó: “¡Vamos a resistir!”. Y les ordenó: “¡Abran fuego!”.
Ramón no tuvo tiempo de pensar en ese Dios al que le rezaba todas las noches para que le de salud a su papá Víctor, fortaleza a su mamá Estelba, y protección a sus cinco hermanos. Herido de muerte cayó en la fría turba de Malvinas.
Años después, en el libro Recuerdos de la Ausencia, el veterano Ávila relató el instante final de su compañero: “Nos dan orden de abrir fuego y lo vi parado a Ramón y le grité que se tirara cuerpo a tierra, pero fue alcanzado por el fuego enemigo. Y lo veo morir arrodillado, bien al lado mío”.
Cuarenta y siete soldados argentinos y diecisiete ingleses perdieron la vida en ese combate. Ramón fue enterrado en una fosa común, hasta que en 1982 su cuerpo fue recogido del campo de batalla por el coronel inglés Geoffrey Cardozo, quien estuvo a cargo de darles digna sepultura a todos los soldados argentinos en el cementerio de Darwin.
Durante 36 años yació en una tumba sin nombre. Hoy, dos de sus hermanos -Julio Alberto y José Armando- , que habían aportado sus muestras de ADN, fueron notificados por el equipo de la Secretaría de Derechos Humanos en el Archivo Nacional de la Memoria. Hoy supieron que Ramón descansa en la tumba D.B.2.06 del cementerio de Darwin.
“El PPH será recordado por sanar heridas, saldar deudas y traer un poco de paz a tantas familias”, dijo Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación.
La historia del héroe – “un joven humilde y buen compañero”, según lo recuerdan sus camaradas – puede reconstruirse a través de tres cartas: la que envió a su familia cuando llegó a la Isla Soledad, la que escribió muy cerca del combate final, y la misiva de Gómez Centurión cuando informó con dolor a los padres que Ramón ya no volvería a casa.